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sábado, 4 de septiembre de 2010

CARIÑO, NO SÉ QUÉ ME PASA CON TU MEJOR AMIGA.



Es mucho más frecuente de lo que pensamos que una relación se rompa o se complique por la intervención de un tercero que es amigo de alguno de los conyuges.

¿Por qué sucede esto tan a menudo?

Los humanos no deseamos objetos, en contra de lo que pudiera parecer, deseamos deseos. Se desea más a alguien deseante (emprendedor, apasionado en sus actividades, muy relacionado con otras personas) que a alguien deseable (es decir imaginariamente(de imagen) apetecible, con un aspecto acorde con los cánones de belleza habituales).

Y muchas veces, la mayoría, deseamos el deseo de otros. Es decir: si nuestra compañera o nuestro compañero desean a otro, nuestra mirada se dirige hacia ese objeto deseado por ellos.

Parece muy complicado. Intentamos desplegarlo. A veces hablamos de homosexualidad y heterosexualidad enfocando todo el peso en la genitalidad, en las relaciones genitales, en el acto amoroso del coito, para ser más claros. Así, vulgarmente llamamos homosexual a alguien que “se acuesta” con personas del mismo sexo, y heterosexual a alguien que “se acuesta” con personas del sexo opuesto. Pero nuestras relaciones de amistad también tienen todas un componente homosexual coartado en su fin (es decir, despojado del fin del coito), las relaciones laborales, amistosas, etc, tienen un componente sexual también, libidinal. Y así, una mujer se puede permitir, sin ser considerada homosexual decir: qué guapa esa actriz, o cómo me gusta esa mujer, que fortaleza tiene. Podemos ampliar un poco el concepto de homosexualidad y decir que todas las relaciones con el mismo sexo, haya o no implicación genital, son homosexuales en cierta manera.

El deseo se produce entre palabras, uno termina deseando aquello de lo que escucha hablar con pasión y entusiasmo, aquello por lo que se muestran deseos. Por eso es tan frecuente que él termine deseando a la mejor amiga de ella, de la que ella habla sin parar, a la que ella desea en el sentido ampliado de homosexualidad que hemos desarrollado previamente, y ella del mejor amigo de él, del que él le relata incluso detalles incluso de su vida sexual que el otro le ha contado en conversaciones entre amigos.

En realidad, si aceptáramos que en parte es nuestro deseo el que ha conducido al otro hacia la tercera persona, que algo de nuestra mirada ha señalado al otro el objeto deseado, no habría necesidad de romper la pareja, si ambos quieren seguir adelante, ni de sentirse traicionado. Al fin, el otro siguió el camino de nuestro deseo.


Cuadro: Francis Picabía. Mujeres con bulldog

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